miércoles, 16 de junio de 2010

Envidia

Pocas cosas hay en el mundo que susciten más envidia que la belleza, y este es el tema que nos atañe en esta publicación, asique por ello, hagamos una reflexión acerca de la envidia.
Ese veneno que recorre tu cuerpo cuando deseas lo que no tienes, cuando tienes lo que no quieres, y quieres lo que los demás tienen. Y no solo bienes materiales, no, la peor envidia la provocan las cualidades físicas, intelectuales, emocionales… y esa, creedme, es la peor envidia de todas.
Cuántas barbaridades se habrán cometido a lo largo de la historia por envidia, cuántas se cometerán. Cuántas atrocidades es capaz de realizar el ser humano por envidia.
Todos caemos en ella, no en vano es un pecado capital. Pero existe quién la controla, con más o menos éxito, y quién la alimenta. Y son estos segundos lo que son capaces de destruir un imperio, simple y llanamente, por envidia.
Es un vicio ladino dónde los haya, oscuro, indigno, retorcido. Ninguno estamos libre de padecerlo, ninguno de suscitarlo.
Ocurre a veces, que nos sabemos creadores de envidias, y cuando esto acontece, tenemos dos opciones: ignorar el hecho y actuar como si nada, o en cambio, tratar de maquillar aquello que nos hace envidiados, por pudor y de buena fe. Esto último trae si cabe más problemas porque alimenta la codicia del envidioso que se cree vencedor de la batalla ya que ha logrado achantar a su contrincante.
El envidioso es calculador y observador, siempre al acecho, siempre midiendo y comparando sus actos con los de los demás. Y aquí ya no hablo de la envidia cotidiana en la que todos caemos, aquella común e inocente si se me permite; hablo de la codicia sin límites, de la inmundicia, de la más baja de las cataduras morales. Hablo del envidioso perverso, capaz de hacer daño.
Los hay que intentamos alejarnos de aquellos vicios, que procuramos mantenernos al margen. Gente que trabaja, estudia, sufre, ama, ríe, sueña…pero que por encima de todo vive, y deja vivir.
Y los hay sin embargo, que vigilan incesantes, y que no se dan cuenta de que el resto de la humanidad no vive en una competición, porque si lo hiciera ya se habría alzado vencedor hace algún tiempo.

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